El domingo me apronté para ver El Clásico del fútbol uruguayo mientras ordenaba la mesa para el almuerzo (aquí eran las 14:00hs cuando el árbitro pitó el inicio del partido).
Las clásicas milanesas con arroz, plato favorito de mi hijo, estaban listas, mientras en la TV desde un helicóptero se mostraba una espectacular panorámica del ambiente en las tribunas.
Mientras degustaba las milanesas y miraba salir los equipos a la cancha, me sentí un poco extraño, como aquel que se muda de casa o apartamento y comienza a buscar nuevas referencias para sentirse cómodo.
Empecé a buscar cosas en el entorno que me permitieran reconocer a este partido como el de siempre, sin la Torre de los Homenajes de fondo, la Platea Olímpica, ni los hinchas ruidosos en la Ámsterdam o los de la Colombes, que esta vez estaban confinados en un sector central de la tribuna visitante entre vallas y policías.
No las encontré, salvo por la presencia de las camisetas clásicas en la cancha, que al fin y al cabo son las que mueven el sentimiento del hincha.
El match fue más o menos lo mismo de siempre, bastante feo y disputado. De comentar eso se encargó Obdulio en su post Apertura 2019: El clásico
El Clásico, el partido más importante del fútbol uruguayo, empieza a mudar sus petates a la casa propia de los clubes, relegando al Estadio Centenario a partidos de menor jerarquía, salvo cuando juegue la Selección Uruguaya (este año, muy poco).
Sobre el Estadio Centenario, su pasado, su presente y su incierto futuro, trato de reflexionar nuevamente en este blog que a veces trata de analizar las cosas con seriedad.
EL ESTADIO CENTENARIO y EL EFECTO ZABALA
Mi primer recuerdo en un clásico se remonta al 6 de Enero de 1987, cuando Peñarol y Nacional definieron el Campeonato Uruguayo de 1986, empatando 0 a 0 tras 120 minutos. El partido se definió por penales, y festejamos en triunfo de Peñarol en la tribuna Colombes, tal como lo hicimos en Octubre de ese año en la final de la Copa Libertadores contra el América de Cali.
Allá por 1987 cumplí 8 años.
El Estadio fue el recinto del 95% de los partidos de fútbol profesional que vi en vivo y de los que no tengo idea de cuantos son, entre partidos de la Selección Uruguaya, Peñarol y alguno de Nacional que fui también. Perdí la cuenta.
En realidad nunca la hice.
Al Campeón del Siglo fui una vez y de visita guiada, pues se inauguró meses después que me viniera a vivir a Estados Unidos.
Haciendo la cobertura de los partidos del Apertura para este blog, la página de la AUF en Facebook ha sido la fuente generosa de imágenes que ilustran los post sobre el torneo local.
Buscando imágenes para la parte de la fecha que se jugó el Sábado previo al clásico me encuentro con este post:
«Final del partido en el estadio Centenario. Defensor Sporting 3-0 Paysandú. ¡El violeta se consagró campeón del Torneo Integración AUF – OFI sub-17 2019!»
De más está decir que no me pregunté como Defensor tiene un capitán que se parece a Lodeiro y por qué el arquero violeta sólo usaba el color negro en sus guantes.
Lo que me llamó la atención fue ver que en el fin de semana en el que se jugaba el Clásico del fútbol uruguayo, el Estadio Centenario tenía como evento más importante un partido entre dos equipos con jugadores menores de 17 años con el 95% de sus tribunas vacías.
Hace un tiempo escribi un post sobre El Estadio y propuestas de reforma para el Mundial de 2030 llamado Reformar o Demoler: El futuro del Estadio Centenario.
Pasaron las fiestas, el letargo del verano y la llegada del último ciclista, y nada parece movilizarnos a la hora de actuar sobre este coloso de cemento, que cada vez tiene menos uso.
Luego de aquellas imágenes 3D y estimaciones sobre costos de posibles reformas o construir todo desde cero, que rondaban cifras que iban de los 300 a 600 millones de dólares, no hay un plan que incluya que hacer con el Estadio.
Tal vez sea una tradición montevideana, que se remonta al momento de su fundación, y que me atrevo a llamarle «el efecto Zabala».
A mediados del Siglo XVII, el Gobernador de Buenos Aires, una y otra vez fue advertido por la Corona Española del avance portugués por el este de la Banda Oriental.
Tuvo que fundarse Colonia del Sacramento en 1680 y hacerse un fuerte en la actual Montevideo en 1723 por parte de los portugueses para que Buenos Aires se pusiera las pilas (o encendiera los faroles en realidad) y tomara cartas en el asunto.
Cuarenta y cuatro años después que Colonia se fundó nuestra querida San Felipe y Santiago de Montevideo en 1724 por parte de nuestro conocido Bruno Mauricio de Zabala (el de los caramelos), luego de insistentes pedidos de la Metrópoli.
Evidentemente esto de tomarnos nuestro tiempo para reaccionar lo traemos en los genes.
Acépteme este paralelismo histórico, y veamos que pasó con el Estadio Centenario cuando Nacional decidió mudar su localía al Gran Parque Central, y la decisión de Peñarol de construir su estadio propio.
Nacional se mudó al GPC en 2005, más o menos, y pasaron 11 años para que Peñarol inaugurara el Campeón del Siglo.
En ese lapso, de lo único que fuimos testigos fue de reclamos de vecinos que no querían que el estadio de Peñarol se instalara cerca de sus casas, peleas entre hinchas, dirigentes y otros actores de la sociedad que hacían su parte para que el estadio aurinegro saliera o no, según sus intereses.
A esto le tenemos que sumar la pasividad, al menos pública, de las autoridades que están a cargo del Centenario (la Intendencia de Montevideo y la AUF), que tuvieron 11 años para planificar que hacer cuando sus principales clientes se fueran del todo, relegando al Estadio a algunos escasos eventos que le reporten ingresos para al menos mantener el edificio.
El Estadio Centenario se construyó con un estilo arquitectónico de vanguardia, con el que se soñaba las ciudades del futuro en aquella época, y representaba la pujanza de un país que se modernizaba y tenía planes para su desarrollo.
Ese «futuro» que alguna vez se soñó, hace rato es pasado, y como nos es costumbre la estamos corriendo de atrás.
El efecto Zabala está golpeando las puertas del Centenario, y parece que es hora de empezar a tomar decisiones, que incluya a las autoridades del fútbol, al Estado y sin duda actores privados a los que habrá que seducir con la idea de integrarlos a un proyecto que tenga como soporte al Centenario, agregando valor a una infraestructura que pide a gritos que se haga algo con ella.
En una de esas, estamos esperando a que se nos caiga, como el Cilindro Municipal, o que el deterioro llegue a tal punto que el sentido de la vergüenza nos fuerce a tomar cartas en el asunto, como pasó con el Palacio de Justicia, hoy terminado como Torre Ejecutiva luego de que su esqueleto de cemento se burlara de nosotros durante 45 años frente a la Plaza Independencia.
Tal vez debamos esperar algunos años más, cuando algún jerarca con aspiraciones de poder requiera llamar nuestra atención y se mande alguna obra que impacte en la ciudad, como la Torre de las Telecomunicaciones o el ANTEL Arena.
Si es ese nuestro motor de desarrollo, y que parece que incluye a la misma empresa pública cuando de llamar la atención se trata, sólo espero que la próxima incluya al Centenario en sus planes, antes que quede hecho escombros y salgan todos con cara de circunstancia preguntándose qué fue lo que pasó.
Mientras terminaba las deliciosas milanesas, mi hijo, que tiene la misma edad que tenía la primera vez que recuerdo haber ido a un clásico, me preguntaba por qué el partido no se jugaba en el Centenario.
Le contesté que el Campeón del Siglo era un estadio nuevo, y Peñarol quería jugar ahí contra Nacional desde ahora.
La reflexión aburrida, me la guardé para ustedes.
Obdulio piensa,
Obdulio son los Padres
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