Se apagaron las luces de la Copa América, y antes de volver a la actividad local con el Torneo Intermedio, Obdulio trae otra de esas historias que son dignas de contar.
En la ciudad argentina de La Plata, el clásico entre Estudiantes y Gimnasia y Esgrima es uno de esos que dividen por 90 minutos a todos, sin importar que tan cercanos sean el resto del tiempo.
Gimnasia nunca ganó un torneo de primera división en la Era Profesional, siendo su único festejo el campeonato amateur de 1929.
Pese a esta sequía, los hinchas de «el lobo» tienen historias para contar, como las que les trae Obdulio en esta ocasión, que involucra a un jugador que vistió la Gloriosa Celeste a finales de los 80 hasta el Mundial de Italia 90: «El Chueco» José Batlle Perdomo.
Este tipo de partidos estaban pintados para «el Chueco», que en sus espaldas ya cargaba con clásicos del porte de Peñarol-Nacional, Uruguay-Argentina, Uruguay-Brasil, Genoa-Sampdoria o Betis-Sevilla.
El DT, el también uruguayo Gregorio Pérez, estaba en la cuerda floja por los resultados de las fechas anteriores. Pese a que Perdomo no estaba en su mejor forma física, recibió la confianza del entrenador que lo mandó a la cancha desde el arranque en aquel partido que lo iba a marcar para siempre en el recuerdo de los hinchas.
El clásico se jugó el 5 de Abril 1992 y parecía ser uno más. Sin muchas emociones, trabado, matizado por el color de las tribunas que por momentos parecen tener su propio partido.
Sobre los 9 minutos del segundo tiempo una falta fue cobrada en el sector del «10», ideal para el tiro potente de algún diestro.
Perdomo le pegaba muy fuerte a la pelota, y a mi mente se me viene la imagen del golazo que le hizo a Inglaterra en Wembley, cuando Uruguay se preparaba para el Mundial de Italia y nuestro protagonista se la colgaba del ángulo a Peter Shilton.
El Estadio de Estudiantes (o «la cancha», como le dicen los argentinos), mantenía aún gradas de madera sostenida por la estructura de hormigón armado. El crujido de los tablones era lo único que interrumpía el silencio antes que el chueco fuera a patear uno de los tantos tiros libres de su carrera.
“Había jugadores responsables de estas acciones pero yo pedí la pelota. Creo que el arquero no me conocía todavía, aunque yo tenía siempre la costumbre de pegarle fuerte. Esa vez, decidí hacerlo de otra manera, a colocar, un poco más para intentar sorprender. Y me salió perfecto.»
Yorno, el golero de Estudiantes, quedó parado como una estatua siendo testigo privilegiado de un golazo.
Minutos más tarde, la oficina de control geológico de Estados Unidos reportó a 120 países un sismo de 6.4 en la escala de Richter en la ciudad argentina de La Plata.
La jefa del Departamento de la Estación Sismológica del Observatorio de La Plata, ubicado cerca de la cancha, dijo al diario Olé en 2001 que “técnicamente fue un ruido que no queda grabado porque no llegó a la medida necesaria, pero quienes estaban en la Estación vieron que las agujas se movían, registrando el movimiento”.
A los hinchas de Gimnasia no les interesó mucho si fue un ruido, un temblor o apenas un movimiento provocado por la cercanía del sismógrafo e inmortalizaron el momento bautizando aquella acción como «El gol del terremoto».
Al fin y al cabo, ellos lo habían provocado, quedando como un título conseguido para esos hinchas que por momentos parecen ignorar lo que pasa en la cancha para mirar «su fiesta».
En el fútbol argentino los yourguas no son extranjeros (sí lo son para los reglamentos), y si no ando muy errado, son los únicos a los que la tribuna les canta por su nacionalidad cuando hacen un gol («u-ru-guayo! u-ru-guayo!»).
Desde los pioneros que cruzaron el charco, los youruguas se destacaron por su entrega, esfuerzo, calidad y goles, pero ninguno hizo temblar la tierra como el Chueco Perdomo.
Obdulio no tiembla,
Obdulio son los Padres
Obdulio cita sus fuentes:
https://es.wikipedia.org/wiki/Gol_del_terremoto
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