El torneo olímpico avanza y el combinado sigue su racha triunfal.
Estados Unidos será el rival en el post de hoy luego de un paseo por las calles parisinas.
CAPÍTULO VIII – EL PATIO DE LOS JAZMINES
Las sensaciones que traemos desde la infancia pasan por nuestros sentidos y se instalan allí para aparecer en el momento justo en forma de sonidos, aromas, sabores o alguna otra cosa que nos lleva sin escalas a los años donde la familia estaba completa.
Mi abuelo Mario era un gallego que había llegado a Uruguay como tantos otros en busca de nuevos horizontes. Empezó a trabajar en el puerto como estibador, pero rápidamente se pasó al rubro de la construcción donde trabajó hasta que el físico se lo permitió.
Mis padres iban los fines de semana a su casa y él siempre estaba sentado al final de ese gran ambiente cubierto por una claraboya enfrentado a la puerta de entrada posterior al zaguán y el pasillo que llevaba a las habitaciones laterales que daban a la calle..
Cuando mi abuela abría una de las dos puertas de la entrada su figura se podía adivinar a través de las finas cortinas de la puerta cancel y podía ver como lentamente se incorporaba al saber que las visitas eran de su agrado.
Allí me esperaba de pie para estrujarme de un abrazo y la promesa de salir temprano para ir a ver a los bohemios cuando jugaban de local o en alguna cancha cercana.
Cuando el clima primaveral comenzaba a estabilizarse los almuerzos se hacían en el fondo de la casa sin importar el menú que no variaba mucho entre pasta y carne asada.
A finales de noviembre cuando se acercaba el verano los árboles de jazmín comenzaban a florecer y el aroma superaba cualquiera de las delicias que se ponían sobre la mesa.
Era el olor de las fiestas de la familia, del año nuevo y de las vacaciones. Los jazmines perfumaron los recuerdos más bonitos de mi infancia cuando la familia que conocí estaba completa y mi única responsabilidad era no faltar a la escuela.
Luego de almorzar temprano salí caminando rumbo al Stade Bergeyre, uno de los cuatro estadios donde se disputaba el fútbol que quedaba al este de mi ubicación, algo más cerca que Colombes que quedaba hacia el noroeste cruzando el Senna dos veces (es muy río sinuoso).
Decidí hacer el camino largo para conocer más. Tenía que estar atento porque a diferencia de los grandes bulevares, con sus rectas kilométricas interrumpidas por construcciones monumentales, las calles secundarias denunciaban la anarquía de una ciudad que fue creciendo en círculos concéntricos en una trama de calles con sentidos caprichosos ideales para perderse con facilidad.
Lejos de las grandes avenidas algunas casas se permiten el lujo de un jardín frontal dotado en muchos casos con árboles frutales y otras especies de las que no tengo mucha idea de cuales se tratan.
Salvo raras excepciones, para mi son todos “árboles”, “flores”, “plantas” y “arbustos”. Puedo diferenciar la calidad de un ladrillo y hasta la zona del horno de donde fue obtenido, pero si de vegetales se trata mi conocimiento es limitado.
El cambio de hemisferio me trajo temprano la primavera y para finales de mayo el sol empezó a pegar con un poco más de intensidad. A unos 25 metros de mi ubicación el murete que limitaba una casa con la calle recibía la sombra refrescante de un árbol, ideal para mi primer descanso en el trayecto.
Saqué de mi bolsa de papel una manzana y empecé a frotarla contra la solapa de mi saco y me dispuse a contemplar el paisaje urbano de aquella angosta y empedrada calle parisina.
Pero mis planes de observación habían cambiado de sentido. Cerré los ojos y el aroma una de las pocas flores que logro reconocer me llevó a casa.
Me quedé allí más allá del tiempo que me llevó terminar la manzana, atrapado por la nostalgia y los recuerdos mezclados entre la lejanía del país y el saber que son situaciones que no podré volver a vivir porque varios de aquellos seres queridos ya no están entre nosotros.
Muchos me recomiendan “dejarlos ir” para seguir adelante. Yo prefiero tenerlos presentes acompañándome en el camino y aprovechar estos momentos para materializar un reencuentro a través de alguno de mis sentidos.
Seguí mi camino rumbo al estadio luego de mi desvío por la querida Montevideo.
CAPÍTULO IX: URUGUAY – ESTADOS UNIDOS
Jueves 29 de Mayo – Stade Bergeyre
El equipo de Estados Unidos estaba compuesto por jugadores norteamericanos reforzados con algunos ingleses e irlandeses que a cambio de unos pesos no tenían problemas en representar a esta potencia deportiva.
El estilo de este equipo era muy agresivo, rozando con lo grosero al momento de marcar, y muy expeditivo en el ataque utilizando la corpulencia de su “centroforward” al que le encanta ir a pecharse con los arqueros y aprovechar cuando éstos la pierden para hacer el gol.
Tras el partido con los yugoeslavos el favoritismo de los nuestros había llenado de responsabilidad al plantel. Luego del gran asado que tuve el gusto de ser invitado los jugadores tomaron un breve descanso y a la noche se fueron a Montmartre donde estaba tocando la orquesta de Eduardo Arola.

La farra fue completa porque el tango estaba en plena conquista de París y muchos de los nuestros eran duchos para el 2×4. Entre “Derecho viejo” y “Rintintín” los futbolistas uruguayos fueron abordados por los españoles, eliminados en la tarde previa al 7 a 0.
Casi se comen una paliza de los gaitas que no podían creer que los “futuros campeones” anduvieran de garufa. Ellos los habían visto jugar en la gira por España previo a los Juegos y sabían muy bien de su potencial.
Les recomendaron cuidarse y enfocarse en el torneo. Fue allí que cayeron realmente de la responsabilidad adquirida y pactaron portarse bien en pos de la medalla de oro.

En los días posteriores las muchachas se arrimaban hasta los portones de Argenteuil para poder ver algo de los vigorosos sudamericanos, pero éstos no les daban bolilla enfocando sus energías en los entrenamientos y algunas sesiones de remo por el Senna como me contó Pedro Casella el golero suplente que jugaba en Rampla Jrs.
Las cábalas estaban a la orden del día y junto a Odriozola y el resto de la delegación nos ubicamos en una zona similar a la del primer partido. De hecho, que yo llegara por mi cuenta pasó a ser parte de la rutina así como el saludo y el orden de los saludados. Por suerte no me pidieron que traiga mi maleta y el tubo de planos.
Esta vez el público llegó en mayor número al field, y según el diario del día posterior once mil estuvimos presentes para ver el match.
Estados Unidos había superado la ronda preliminar al vencer a Estonia por 1 a 0.
Se sabía que el rival era fuerte físicamente pero también se tenían claras algunas ingenuidades defensivas que podían ser aprovechadas por nuestros players, duchos en el arte del engaño.

Uruguay salió a la cancha con cambios respecto al partido anterior: entraron Pedro Arispe y José Naya. Tomassina pasó a jugar de volante izquierdo por Ghierra, mientras que Arispe ocupó el lugar de Tomassina en la zaga junto a Nasazzi; Naya ocupó la posición de wing derecho en el lugar de Santos Urdinarán.
Los once uruguayos se pararon en el campo de esta forma:
Mazzalí
Nasazzi Arispe
Andrade Vidal Tomassina
Scarone Cea
Naya Petrone Romano
Estados Unidos presentó en la cancha a Jimmy Douglas; Irving Davis y Fred O’connor; Burke Jones, Ray Hornberger y Carl Johnson; William Findlay, Herb Wells, Andy Straden, Henry Farrell y Samuel Dalrymple.
Nuestro equipo nunca se destacó por jugar fuerte. De hecho, tenían una gran habilidad para eludir los golpes que intentaban los contrarios y su juego tenía como premisa evitar el contacto.
Pero los norteamericanos salieron a proponer un partido físico, tratando de achicar a los nuestros con golpes fuertes, como el que le dieron a Vidal en la rodilla que lo dejó un rato rengueando hasta que pisó fuerte la cantidad de veces necesaria para acomodar los huesos y seguir jugando.
Los nuestros no se quedaron atrás y se defendían de las agresiones.
Nasazzi le aplicó un planchazo en la espalda al agresor de Vidal para que entendiera que no se iban a dejar pasar por arriba así nomás. El norteamericano se levantaba la camiseta mostrando la marca de los tapones de “El Mariscal” al público. A mi entender fue una mera devolución de gentilezas.
Puedo asegurar que los siguientes días Vidal ni se movió debido a la brutal patada.
Luego de los entreveros iniciales llegó el primer gol a los 10 minutos por intermedio de Pedro Petrone. A los 15 Scarone aumentó diferencias y la goleada la cerró Petrone a un minuto del cierre del primer tiempo.
Los muchachos siempre decían que era un alivio tener a un delantero como Petrone que resolvía en pocos metros aprovechando su potencia en el disparo. El golero estadounidense era valiente al ponerse adelante de «perucho» cada vez que le pegaba al arco.
Los movimientos tácticos de los uruguayos asombraban al público presente y por supuesto a los rivales.
Es que acostumbrados al juego posicional europeo, rígido en movimientos y predecible en su evolución, ver al equipo uruguayo era toda una novedad en cuanto a la rotación de posiciones, la cobertura de espacios libres y la utilización de dribblings y amagues para eludir a los contrarios y sacar ventaja.
Al terminar el primer tiempo, Petrone me ubicó a lo lejos y con un gesto inequívoco me recordaba la promesa del martes pasado.

Durante el segundo tiempo el rival cerró filas para evitar la misma humillación sufrida por los yugoeslavos, aunque para ser sinceros los delanteros nuestros se cuidaron y no fueron a fondo reservando energías para los próximos partidos.
Aprovecharon para practicar jugadas preparadas de ataque o formas de superar la presión del rival sin la necesidad del pelotazo. Terminó siendo una práctica exigente que sirvió para ajustar cosas en la cancha ante una oposición real.
El partido se fue sin novedades en el score y Uruguay pasaba la ronda de 16 para meterse entre los ocho mejores.
Francia, Italia, Suecia, Suiza, Holanda, Irlanda y Egipto fueron los otros equipos ganadores. Al día siguiente se realizaría el sorteo de los partidos a disputarse entre el 1ero y 2 de Junio.
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Obdulio pasa de fase,
Obdulio son los Padres
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