Mientras vemos como nuestra selección se renueva y ensaya distintas formaciones aprovechando la ausencia de sus estrellas en la Fecha FIFA de setiembre, Obdulio viaja casi cien años al pasado para continuar con la historia de los Olímpicos en los Juegos de París.
Hoy repasaremos un par de anécdotas de José Leandro Andrade, de los destacados de la selección, y el partido más complicado de todos contra los holandeses.
CAPITULO XI – LA MERVEIVILLE NOIRE
José Leandro Andrade fue uno de los personajes más famosos de aquel plantel y que seguramente tenga las anécdotas más jugosas para contar.
Físicamente era privilegiado: medía algo más de 1.80 metros y poseía una capacidad atlética envidiable. En el campo sus dribblings eran temidos por los defensores que no querían quedar en ridículo ante su habilidad.
Tras el partido con Francia fue abordado por la prensa para responder algunas preguntas. Traductor mediante, Andrade confiaba el secreto de la habilidad de los uruguayos para el fútbol: “nuestra habilidad para el dribbling se debe a que entrenamos intentando atrapar gallinas. Eso nos favorece la cintura y el cambio de velocidad”.
Doy fe de esas declaraciones porque fui el encargado de traducir las palabras a la prensa. Juro que no agregué ni un punto ni una coma a sus dichos que reproducí luego que me hiciera una guiñada imperceptible como cuando jugábamos al truco.
Pensé que no iban a publicar tamaño disparate, pero al día siguiente era parte de las crónicas del partido.
Una noche Andrade desapareció de Argenteuil y nadie sabía cuando se había ido.
Entrada la noche la preocupación ganó a la delegación y decidieron salir en su búsqueda. Angel Romano, uno de los más veteranos del plantel, tenía una dirección que Andrade le había dado por si lo tenían que ir a buscar.
El loco no sabía una sola palabra de francés, pero se fue hasta esa dirección en compañía de otro jugador por si tenían que cargarlo a la vuelta.
Al llegar se encontró con una casa lujosa, con un amplio jardín de acceso que se coronaba con una pequeña fuente que ordenaba una rotonda a la entrada de la casa.
Romano golpeó la puerta y lo atendió una mujer por demás hermosa. Quedó petrificado ante la muchacha y atinó a decir: “An-an Andrade”.
La puerta se abrió de par en par y la muchacha que abrió la puerta era una de las tantas que allí se encontraban viviendo la buena vida con Andrade, que vestía un batín de seda rojo acompañado de una sonrisa perpetua.
Andrade supo vivir la buena vida en París.
Con una copa de vino en la mano recibió a sus compañeros que se lo llevaron al rato.
Andrade fue una de las grandes figuras de Uruguay. Su porte físico, su habilidad con la pelota y su color de piel, extraño de ver en un futbolista por Europa, se robó todos los elogios de la prensa, el público y por supuesto las damas.
Por algo fue apodado “La Maravilla Negra”.
CAPÍTULO XII – URUGUAY – HOLANDA
Viernes 6 de Junio, Estadio de Colombes
Los uruguayos que vivían en París comenzaron a disfrutar verdaderamente de nuestro equipo. Todos los días aparecía gente en los portones de Argenteuil para tratar de ver a los footballers que tan bien nos estaban representando.
A pesar de ser bienvenido no me gustaba ir todos los días pues lo consideraba una molestia. Sin embargo siempre recibía la invitación de los jugadores por intermedio de Odriozola, que se había comportado como un caballero ofreciéndome el pago del hotel por la ayuda prestada días atrás.
Pese a que me hubiese venido muy bien para mi economía, siempre me negué a las amables ofertas de el vasco porque nunca lo hice pensando en recibir un beneficio a cambio. Tal vez eso me dejó las puertas abiertas de Argenteuil sin importar el día o la hora.
Previo al partido con Holanda la mesa del salón comedor estaba tapada de sobres. Cientos de cartas llegaban desde todo el mundo felicitando a los muchachos, que con gran alegría leían y compartían cada uno de los mensajes recibidos. Era una inyección de ánimo notable.
El equipo holandés le había ganado 2 a 1 a Irlanda en el alargue. A nuestro entender era un equipo inferior incluso al francés, y eso parecía estar instalado en todas las conversaciones. La confianza de los nuestros jugaba riesgosamente al borde de la soberbia.
El haber eliminado al local no cayó muy bien en los organizadores, que tomaron un poco de distancia con la dirigencia uruguaya. Al fin y al cabo el torneo olímpico se estaba disputando en Europa y la idea que un equipo sudamericano llegara y arrasara con todo a su paso no estaba en los planes de nadie.
Fue así que hasta último momento no logramos conseguir las entradas para el lugar de siempre.
El partido era a las 17 horas, así que tuve la posibilidad de almorzar en mi restaurante favorito (y barato), y luego emprender la caminata hacia el estadio, desviandome por el Bosque de Bulogne donde aproveché para dormir una breve siesta a la sombra de un árbol.
Llegué a mi lugar en la tribuna 15 minutos antes de empezar el match, y tras cumplir con los saludos de rigor le pedí a Odriozola un cigarrillo para aplacar la ansiedad. No soy fumador, pero esa tarde estaba bastante nervioso porque no me gustaba la confianza excesiva de los jugadores para el partido.
El vasco parecía un poco distante, silencioso y mientras los jugadores salían a la cancha y recibían el aplauso de las 11.000 personas presentes me dijo seriamente:
“No se tomó el tren. No trate de mentirme. Estuve en el hotel y el concierge me dijo que salió temprano”.
Apenas me dirigió la palabra el resto del partido.
Otra vez los cambios de Uruguay se dieron en las mismas zonas del campo, manteniendo la base inamovible de jugadores. Volvió Pedro Vidal como centrojás saliendo Zibecchi, mientras que Santos Urdinarán aparecía en escena luego de jugar contra Yugoeslavia.
Uruguay se paró en el campo con el habitual 2-3-5:
Mazali
José Nasazzi Pedro Arispe
José L. Andrade José Vidal Alfredo Ghierra
Héctor Scarone Pedro Cea
Santos Urdinarán Pedro Petrone Angel Romano
Holanda alineó a Van der Meulen; Denis y Tetzner; Le Fevre, Van Linge y Hosten; Hurgronje, Groosjohan, Pijl, Visser y De Natris.
El partido no se presentó tan sencillo como los anteriores porque los holandeses dispusieron 8 hombres en las cercanías del área propia. Sin pudor reventaban la pelota lo más lejos posible de su arco ensayando algún contragolpe de sus veloces delanteros.
Los uruguayos habían sido estudiados minuciosamente por la escuadra holandesa que parecía anticiparse a cada jugada de los nuestros; cuando lograban perforar la línea defensiva no concretaban en la red situaciones muy favorables.
En Montevideo el partido se seguía en distintas zonas a través de reproducciones de los cables que llegaban desde París. La Plaza independencia se llenó de gente para escuchar la transmisión que se hacía desde la azotea del Teatro Solís megáfono en mano.
Me imaginé por un momento a los muchachos de la obra deteniendo sus tareas para seguir las jugadas de partido y las quejas del asesor de Palanti que lo único que le importaba era llegar a aquel manto rocoso y empezar a levantar el edificio.
Llegando a la media hora de juego Holanda sacó un contragolpe peligroso. Groosjohan se llevó la pelota dejando a Arispe por el camino y solo le quedaba Mazali a su frente. Nasazzi le venía comiendo los talones y de a poco le estaba ganando la posición para robarle la pelota. Sin embargo, el holandés tocó para su derecha por donde Pijl venía sólo y aprovechó la salida de Mazali para poner el primer gol del partido con el arco libre.
El impacto del gol dejó a los nuestros en una posición incómoda y los 15 minutos finales se transformó en un ida y vuelta feroz que protagonizaron los arqueros de ambas escuadras.
Las conversaciones rumbo al vestuario señalaban puntos de la cancha donde no se habían ocupado bien los espacios. Todos se iban demostrando que había cuentas pendientes.
Por mi parte, los nervios me tenían ya en un mano a mano con Odriozola para ver quien fumaba más sumado a un sentimiento de culpa que me había empezado a ganar debido al resultado.
¿Y si perdemos? ¿será mi culpa?
No me animaba a decirle nada al vasco porque a esa altura me había convencido que él tenía motivos válidos para estar enojado conmigo.
En Montevideo la gente esperaba ansiosa por las noticias y los reportes no clarificaban mucho la situación. A diferencia de otros partidos la lluvia de goles se hacía esperar y las dudas empezaron a instalarse.
Para mi sorpresa y la del resto del público nuestro equipo salió antes de lo previsto, con un semblante que me recordaba más al que tenían luego que Andrade fuera silbado por el público en el partido anterior.
El referee estaba en la cancha y los holandeses se hicieron esperar un poco.
Al ingresar al campo, los uruguayos ya estaban formados en la cancha para empezar el partido y con los brazos cruzados esperaron a sus rivales que entendieron que el segundo tiempo iba a ser largo.
Uruguay salió dispuesto a perforar la defensa holandesa desplegando todos sus recursos pero los europeos era muy buenos cerrando espacios.
A los 17, Scarone trianguló con Andrade y éste se dispuso a desbordar, sin embargo hizo la pausa, amagó sobre el defensa y por primera vez en el partido logró sacárselo de encima. El centrojás holandés fue a marcarlo y dejó el hueco en el medio. Andrade se la dió otra vez a Scarone y éste lo puso a correr a Urdinarán que llegó al fondo de la cancha con la defensa rival desarmada en 3 toques.
El centro del puntero uruguayo sobrepasó la posición de Petrone que había cortado hacia el primer palo, pero por detrás venía el vasco Cea. Le pegó de primera desde el punto penal y puso el empate.
Los holandeses protestaron offside, pero el árbitro validó el gol.
Al volver al asiento luego del festejo la sensación era de alivio. Odriozola se limitaba a inclinar su mano para ofrecerme otro cigarro pero luego del empate dejé de fumar.
Enseguida, otra vez se repitió la combinación por derecha, pero el centro llegó al segundo palo donde Romano la empujó casi contra la goal line, pero con la mano. El juez anuló correctamente el gol.
El golero holandés también tenía sus cábalas. Al lado de uno de los palos tenía una especie de conejo o un bicho similar a modo de amuleto. Petrone lo tenía visto y en un corner a nuestro favor se lo pateó. El golero lo fue a buscar y lo puso en su lugar y esta vez Petrone le pegó tan fuerte que lo desarmó todo, provocando la furia del goalkeaper.
Estábamos en los 35 minutos.
El partido se picó y los holandeses no midieron mucho sus fuerzas derribando a uno de los nuestros dentro del área.
¡Penal!
Vidal se dio vuelta y le gritaba a Mazali: “¡la foto Mazali! ¡la foto!”
Al final del partido me enteré que “la foto” se debía a que el juez del partido le había pedido una foto autografiada a Mazali. Había sido el juez del primer partido y siempre que se lo cruzaba le decía “Mazali, champions”.
Mazali consiguió una foto en el vestuario, la hizo firmar por algunos jugadores y se la dio al juez antes de salir a la cancha para el segundo tiempo. Arispe sabía de este asunto y por eso el festejo en el momento del penal.
Petrone agarró la pelota para patearlo, pero el vasco Cea le sacó la pelota de las manos. Se fue hasta donde estaba Scarone y lo encaró serio:
– ¿lo metés?”
– “lo meto”
El Mago puso el 2 a 1 definitivo.
Uruguay a la final.
Montevideo pasó a ser un carnaval en las puertas del invierno y el pequeño país sudamericano pasaba a estar en boca de todo el mundo. Los gobernantes aprovechaban el momento para instalar al país en Europa luego del paso de su ejército, los futbolistas.
Petrone se fue llorando de la cancha porque no pudo hacer un gol. Pero como me dijo Cea esa misma noche en la cena de festejo, “estando Héctor en la cancha es imposible que lo patee otro”.
Al terminar el partido nos fundimos en un abrazo con Odriozola y salimos a las risas del estadio rumbo a Argenteuil para preparar la cena de festejos. En medio del camino cambió un instante el tono alegre para despacharse con un cortante:
“Si no viene en tren a la final se vuelve a Uruguay nadando”.
Obdulio finalista,
Obdulio son los Padres
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