COLOMBES 1924 – parte II

CAPÍTULO III – “Donde fueron a parar”

Odriozola era optimista por naturaleza. Ningún proyecto le parecía imposible y siempre terminaba resolviendo los problemas. Se vinculó al Partido Colorado por el sector riverista que lideraba el Canciller Pedro Manini Ríos, otro hincha de Nacional como él, y tenían al fútbol como parte de su vida como dirigentes.

Él no lo sabía pero a mi me interesaban las ideas de Frugoni.

Luego de preguntarme por enésima vez si me simpatizaba más Nacional que Peñarol y responderle que yo era hincha de Wanderers y nada más, me contó que estaba buscando alojamiento para los jugadores.

Image result for villa olimpica 1924En estos Juegos Olímpicos se creó un espacio llamado “Villa Olímpica” para albergar a los atletas de los distintos deportes ubicada en los alrededores del Estadio Olímpico de Colombes; pero según Odriozola, los muchachos se quejaron de la precariedad de las instalaciones y no estaban a gusto.

El vasco seguía moviendo los brazos como un loco, mientras hacía equilibrio con el saco en su brazo izquierdo y tomaba firmemente su sombrero con la mano derecha. Aún no se había percatado que le había arruinado una camisa.

Odriozola había consultado al dueño del hotel donde nos hospedamos casualmente ambos, y éste le recomendó un sitio cercano a la Villa Olímpica llamado “Argenteuil” que era habitado por una señora conocida suya, pero el vasco fiel a su estilo prefirió averiguar en otros sitios previamente.

Pasamos el día viendo lugares que ofrecían cómodas instalaciones, pero la palabra “cómodo” era solo parte de su promoción. El vasco contaba con la financiación necesaria luego de un par de telegramas entre el embajador uruguayo en París y el Canciller.

En paralelo, otro grupo había salido a buscar alojamiento. Uno de los jugadores de la delegación era un colega arquitecto llamado Leónidas Chiappara, futbolista de River Plate que había sido anotado como jugador de reserva, acompañaba a otros dirigentes en la búsqueda de alojamiento. Nos encontramos con ellos en la cercanías de nuestra última parada. 

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La Villa Olímpica se encontraba en los alrededores del estadio de Colombes.

Finalmente llegamos a Argenteuil y el panorama cambió notablemente.

El lugar estaba aislado del ruido de la ciudad por un gran parque circundante. Un pequeño castillo construido probablemente a mediados del siglo XIX era la construcción principal en el centro del predio.

Las habitaciones eran grandes, bien ventiladas y con camas cómodas. Contaba con un gran salón comedor que se podía utilizar para toda la delegación y un generoso espacio verde para que los jugadores pudieran entrenar.

La dueña, Madame Pain, era una señora mayor que dejó todo a nuestra disposición a cambio de un dinero que se le pagó sin chistar. Su personal de servicio se iba a encargar de acondicionar todo para la noche.

La señora siguió viviendo en su habitación, mientras el resto sería ocupado por los integrantes de la delegación. La única condición para entrenar en ese lugar era no patear hacia la zona de los rosales que tan celosamente cuidaba.

Satisfechos por la elección nos dirigimos rumbo a la Villa Olímpica con las buenas nuevas.

Odriozola ampliaba detalles sobre los costos, la preparación del viaje y el esfuerzo de los dirigentes para lograr la hazaña de llegar a los Juegos; sin embargo yo iba pensando que tal vez iba a tener la oportunidad de saludar a Nasazzi, jugador del recientemente creado club Bella Vista o a “El Mago” Scarone de Nacional.

Al llegar a la Villa quedé impresionado por su tamaño y precariedad. Se habían construido unas pequeñas casillas que me recordaban a los puestos de control de los ferrocarriles, hechos en madera y con un techo dispuesto a quedarse allí sólo hasta el final de los Juegos Olímpicos.

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El vasco no había exagerado en nada esta vez. Los jugadores no merecían ese alojamiento.

Me presentaron a Ernesto Fígoli, el entrenador, quien nos recibió amablemente. Luego de las explicaciones sobre mi presencia y un par de anécdotas sobre los alojamientos vetados por “los profesionales arquitectos” nos llevó hasta la habitación de Nasazzi.

En ese momento mi mente se fue a la cancha de Wanderers con mi abuelo viendo al gran arquero Cayetano Saporiti. Recuerdo que un día me acerqué a saludarlo y su mano enorme rodeó mi cabeza para despeinarme y regalarme un “hola botija”. Aquella tarde para mi había sido lo más cercano a jugar un partido de fútbol profesional, y ahora estaba casi frente al capitán de la selección uruguaya.

Aquel encuentro con mi ídolo de Wanderers fue en épocas de pantalones cortos y temí que el capitán se me “achicara”, como sucede cuando uno vuelve de grande a la escuela y nota que aquel edificio no era tan imponente como lo recordaba.

Nasazzi era cinco años más joven que yo, tenía 23, pero su corpulencia y postura imponían una presencia tremenda. Para completar el cuadro, al saludarme me dio ese apretón de manos necesario para despejar dudas cerrando su saludo con un breve:

“José Nasazzi. Mayor gusto, bienvenido”.

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La delegación uruguaya en la Villa Olímpica

CAPÍTULO IV – “Viveza criolla”

Ya instalados en Argenteuil el ánimo del equipo creció. Los muchachos extrañaban mucho a sus familias y algunos amagaron más de una vez con volverse, pero la nueva estadía y la cercanía del debut había dejado atrás esas ideas.

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A esa altura me había hecho “amigo” de Chiappara e intercambiábamos historias del proyecto del Salvo con apuntes de lo que me decía sería su primer libro: “La verdad arquitectónica y El Palacio Legislativo…”¨(*). Aún le faltaba el subtítulo.

Mi alojamiento siguió siendo el de siempre, pero la última noche en la Villa Olímpica me encontraba mateando con los jugadores, contando anécdotas de viejos partidos y amores perdidos con alguna moza en el camino.

 
El Palacio Legislativo en plena construcción

El entrenamiento estaba planeado para la tarde cuando el sol no pegaba tan fuerte, así que aproveché el día para recorrer la ciudad y llegar a las 17 para la práctica de 17:30.

Luego de una larga caminata me senté a tomar un café y comencé a esbozar alguna perspectiva. Además del encanto que me había generado París, mi pensamiento estaba también en la seguridad de Mazzalí, el dribbling excesivo de Andrade o la calidad de Scarone. Esos tipos me habían caído muy bien.

A las 17 estaba llegando a la concentración y un par de reporteros, libretita en mano, esperaban por alguien que los atendiera para recoger alguna declaración. El equipo uruguayo era totalmente desconocido y su presencia generaba la curiosidad de ver gente desde tierras tan remotas practicando el fútbol.

Entré al hospedaje y los jugadores estaban calzándose los botines para entrenar. Me acerqué a Fígoli y le comenté que habían periodistas en la puerta que querían hablar con él. Incrédulo, el entrenador me dijo que ese no era asunto suyo y que seguramente mi amigo se estaba encargando del tema.

Me dirigí a un sector en el borde de la cancha improvisada que ofrecía una sombra espectacular con una manzana que había manoteado del salón comedor que quedaba a la pasada. Mirando hacia afuera del predio, el bueno de Odriozola se estaba encargando de los periodistas.

Una vez más el arte del equilibrio del saco y el sombrero lo estaba poniendo en práctica frente a los curiosos. Su francés era menos rudimentario de lo que decía y con los días había ganado en fluidez.

El trote alrededor de la cancha se inició a ritmo suave entre bromas y alguna referencia a la novia de alguno de ellos. El preparador físico era el arquero Andrés Mazalí. Su apellido era de origen francés pero en Uruguay se lo habíamos transformado al «italiano» sacándole el acento a la «i».

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Me percaté que uno de los jugadores mientras trotaba miraba hacia el lugar donde estaba con mi manzana presenciando el calentamiento.

Enseguida me di cuenta que el destinatario de esas miradas no era mi persona sino algo que estaba detrás. Le di los últimos mordiscos a la manzana y me di vuelta como para tirar el cabo hacia algún lugar detrás de mi, y allí los vi.

Unos muchachos estaban trepados al árbol intentando ver el entrenamiento sin mucho disimulo, claramente con ánimo de recoger alguna información dado que se ocultaban torpemente entre las ramas.

Los jugadores siguieron su rutina, pero noté que las bromas y los chistes habían cambiado de rumbo.

Algo estaban tramando.

Cuando empezaron a hacer los movimientos con pelota, Pedro Petrone fue a patearla y le erró cayendo al piso sentado. El loco Romano se chocó con Andrade y la pelota que querían dominar quedó boyando en el aire, mientras Mazalí intentaba sin éxito atrapar algún centro que Nasazzi le tiraba con poca destreza. En no menos de 50 tiros al arco ninguno pasó cerca.

Algunos de los periodistas lograron ver a lo lejos la escena montada por nuestros jugadores sin percatarse de que se trataba de un truco.

Los muchachos, intuyo yugoeslavos, se fueron a los 10 minutos con un informe detallado de los pobres players a los que se iban a enfrentar.

Después del entrenamiento me despedí del plantel y les prometí llegar para el partido. Esa noche partiría rumbo a Carrara y con suerte llegaría justo para el inicio del match. Roma, el Coliseo, el Panteón de Agripa y el Foro Romano iban a quedar para otro viaje.

Me tomé el tren de las 20:40 para llegar a Carrara cerca del mediodía. Esa visita tan planificada y esperada era ahora un obstáculo a intereses “mayores”.

Venía de tres días muy agitados; las vueltas con Odriozola y las caminatas por la ciudad habían sido intensas. La única escala prevista era en Lyon sobre las 5:00, así que tendría tiempo para dormir.

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Al llegar a Lyon compré el diario y mi sorpresa fue mayúscula: la sección deportiva tenía un breve informe sobre la selección uruguaya.

Más o menos se describía el entrenamiento de los uruguayos de la tarde, rematando con un “venir desde tan lejos para hacer el ridículo. Pobres muchachos, no tienen idea de lo que es el fútbol”.

El plan había funcionado.

 

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Puede leer la primera parte haciendo clic este link: COLOMBES 1924

 

Obdulio no entrena,

Obdulio son los Padres

 

Notas de Obdulio:

  • “La verdad arquitectónica y El Palacio Legislativo: contribución a la cultura artística popular” se publicó en 1925 por el arquitecto Leónidas Chiappara.

Fuente de imágenes:

Imagen 1: https://www.elpais.com.uy/domingo/primeras-veces-olimpicas.html

Imagen 2: http://colombes.multicollection.fr/colombes-de-a-a-z/colombes-a-lheure-des-jeux-olympiques-1924/

Imagen 3: https://ptitlibe.liberation.fr/p-tit-libe/2017/09/06/que-va-t-il-se-passer_1597258

Imagen 4: http://cdf.montevideo.gub.uy/fotosexposicion/25192?page=19

Imagen 5: https://blog.stoiximan.gr/uruguay-1924/

Imagen 6: https://pt.slideshare.net/lclau/construccin-del-palacio-legislativo/9?smtNoRedir=1

Imagen 7 (y foto de portada): https://www.busqueda.com.uy/nota/el-germen-celeste

Imagen 8: https://www.ebay.com/itm/1924-URUGUAY-SOCCER-OLYMPIC-1930-WORLD-CHAMPION-TRAINING-IN-PARIS-2-ALB-PHOTO-/401130334957

Imagen 9: https://www.vintag.es/2013/03/old-photos-of-paris-gare-de-lyon-1900s.html

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